21 de octubre, 2021
La innovación es un fenómeno con multitud de variantes y que se puede producir en entornos muy variados. Valga lo que sigue para referirnos a las innovaciones que se producen como consecuencia de descubrimientos científicos o desarrollos tecnológicos.
Aunque el trayecto que va del descubrimiento a la innovación es más difuso, azaroso e intrincado que el que corresponde a una cadena en línea recta, lo cierto es que para que haya innovaciones basadas en conocimiento científico hace falta, de forma nada sorprendente, investigación científica. Para eso se necesitan profesionales. El problema es que de estos hay pocos y, previsiblemente, no habrá más en el futuro próximo, porque hay un desapego creciente de nuestro alumnado de secundaria para con las ciencias y las matemáticas, las llamadas disciplinas STEM.
Las iniciativas puestas en marcha hasta la fecha para combatir ese desapego y generar las mal denominadas “vocaciones científicas” han consistido, sobre todo, en actuaciones en centros docentes que buscan hacer atractivas las disciplinas STEM y, en el caso de las mujeres, mostrar modelos de científicas de referencia. Dudo que tengan éxito.
La experiencia en otros países indica que la inclinación a cursar estudios STEM depende de la valoración de esos estudios que se percibe en el entorno. No es extraño, por ello, que hayan resultado exitosas iniciativas que han acercado la realidad de esas profesiones a las familias de los y las estudiantes de últimos cursos de enseñanza primaria y de secundaria obligatoria. Son iniciativas que han ayudado a eliminar el halo de brillantez y excepcionalidad que se atribuye a quienes triunfan en carreras científicas y tecnológicas y, de esa forma, las han acercado a estudiantes con muy diferentes percepciones de su propia capacidad.
La promoción de la cultura científica mediante acciones de difusión social también debería contribuir a elevar el interés de familias y estudiantes por estas carreras. Son actividades que ponen la ciencia y la tecnología en el espacio público. La transmisión de contenidos científico-tecnológicos mediante actos de divulgación y en los medios de difusión social, además de servir para proporcionar una fuente de criterio para el ejercicio responsable de la ciudadanía, promocionan la cultura científica y tecnológica, destacan su importancia social y, lo que es más importante, al ponerla en el espacio público y darle, así, visibilidad, la prestigian, con lo que ello conlleva en términos de valoración social.
Esa labor, a la que me gusta denominar de agit-prop, tiene una importancia difícil de calibrar. Sirve para otorgarle el protagonismo que merece su relevancia económica, social y política. Porque lo que se enseña, se ve; lo que se ve, se valora; lo que se valora, se puede llegar a apreciar; lo que se aprecia puede convertirse en el interés profesional de un o una estudiante, o el futuro profesional que los progenitores desean para sus hijos e hijas. Esta es una tarea a largo plazo. No da frutos en dos o tres años. Pero, al menos en el estado español, ya hemos comprobado que el interés del público por la ciencia ha aumentado desde que se han adoptado iniciativas institucionales de entidad.
Por último, pero no por ello de importancia menor, para que las carreras STEM sean atractivas y que los y las jóvenes se animen a cursarlas, será de mucha ayuda que se reconozcan, mediante el salario, de manera acorde a su relevancia para las empresas, las administraciones y para el país.