29 de julio, 2020
Demasiadas veces el término “innovación” queda en buenos deseos que no acaban de permear en las organizaciones. Demasiadas veces se diluye en un ejercicio de autosatisfacción cimentado en citas del MIT, la Comisión, Stanford y otras referencias similares, que ejercen de pantalla para que todo siga igual.
Sin embargo, las sociedades avanzan con personas y organizaciones que innovan. El mero hecho de ponerse a innovar conlleva riesgo y decisión porque, ya de partida, pretende transformar lo vigente. Innovar es evolucionar y adaptarse al mundo. Innovar es reconocer el pasado y avanzar. Es, en definitiva, una actitud que da cuerpo y forma a una cultura de evolución permanente, con la convicción de que el futuro se construye en el presente.
Ahora, es una necesidad. La pandemia está acelerando los procesos de transformación que se encontraban en marcha, tanto en el orden geopolítico como en los ámbitos tecnológicos e industriales. Y la Unión Europea ha entrado en un profundo proceso de adecuación de su ecosistema tecno industrial para competir en el mundo. El 2030 está aquí.
Este escenario nos obliga a reequipar la competitividad de nuestro País. Nos exige medidas serias de transformación y adecuación a un mundo diferente a aquél que nos ha permitido disponer de un bienestar que nunca antes habíamos tenido a lo largo de nuestra historia. Este bienestar es el que nos empuja, so riesgo de declive, a trabajar con rigor, estrategia y decisión. En nuestro caso, la innovación es una exigencia para seguir disponiendo de oportunidades vitales para los jóvenes de hoy, que son ya partícipes y protagonistas de nuestro inmediato futuro.
Un somero repaso a nuestro sistema público, educativo, tecnológico y empresarial nos informa sobre la necesidad urgente de su transformación para ser una región europea avanzada. Aquí está el corazón de nuestro desafío. ¿Disponemos de las condiciones adecuadas para ser una región europea que sea parte del ecosistema tecno industrial más dinámico? La pregunta no es estrictamente retórica. Todos estamos llamados a responder.
Empiezo por mi parte contestando con un rotundo SÍ. Sin embargo, esta respuesta positiva se puede transformar -a mayor velocidad de lo que pensamos- en negativa si no articulamos en los próximos 4 años un Proyecto de País para optimizar y muscular nuestras capacidades industriales y tecnológicas; para poner el foco en un modelo educativo que debe responder a los desafíos y necesidades de formación que requiere este siglo; para disponer de un sistema administrativo eficiente y alineado con el nuevo mundo digital, y, en definitiva, un Proyecto de País que responda a los nuevos desafíos en toda su integridad y complejidad.
Innovar es actuar con ambición y humildad. Es cooperar. Es no tener miedo a pensar diferente. Es, en conclusión, no tener miedo al cambio.