El pasado mes de julio el diario El Mundo publicaba un artículo de opinión firmado por Alberto Bokos, director de Comunicación y Socialización de Innobasque, donde destacaba la importancia de adoptar una cultura innovadora:
“Las innovaciones son el resultado de las iniciativas de las personas, de hecho de personas concretas, ya que individuos diferentes hacen cosas diferentes. Sin embargo, es muy difícil creer que tales innovaciones surgen y se desarrollan de forma espontánea, sobre todo cuando es una evidencia que hay entornos más fértiles que otros en materia de innovación.
Cuando eso sucede decimos que los entornos poseen una “cultura innovadora”, entendiendo como cultura aquello que precisamente apenas es percibido por quien está inmerso en ella, todo aquello que hacemos sin prestarle mayor atención, que nos parece normal porque se ajusta a nuestra forma de hacer y de pensar casi automáticamente. Por esta razón, sucede que en ocasiones un mismo comportamiento o iniciativa puede ser bien recibida en un contexto y ser rechazada en otro.
Cultura, en este sentido, son valores, ideología, convicciones, identidad, tradición, creencias, hábitos compartidos. La cultura vive en el interior de las personas, en su cerebro y en su corazón, lugares a los que no es fácil acceder sin contar con la voluntad de sus propietarios.
La cultura se ha construido a lo largo del tiempo y se manifiesta a través de comportamientos y hábitos. Lo mismo que cuesta ser percibida desde dentro, se aprecia con gran nitidez desde fuera. La culturas innovadoras son apreciadas, y atraen el talento, y también las inversiones, el reconocimiento…
En los lugares donde identificamos “cultura innovadora”, se aprecia una serie de características recurrentes, se tiende a ampliar el margen de creatividad de los profesionales (otorgándoles tiempo), se impulsa la iniciativa personal (promoviendo intereses propios), se renuncia a cierto nivel de previsibilidad (asumiendo riesgos) y se muestra apertura a modificar los procesos y la forma de hacer (se apuesta por el aprendizaje).
En la dirección inversa, también es sabido que hay lugares que matan la innovación, inconscientemente, porque quienes se responsabilizan de sus actividades principales son hostiles a hacer las cosas de otra manera, aun contando con evidencias de que se pudieran obtener resultados mejores. Hay que reconocer que es una tendencia natural seguir haciendo las cosas de la misma forma a como se han venido haciendo. Sobre todo si esa forma de hacerlas ha traído éxitos en el pasado.
Asimismo, el propio concepto de “cultura innovadora”, siguiendo la lógica de lo expresado, alberga un dilema de gran alcance, el dilema entre estabilidad o cambio. “Cultura innovadora” se puede interpretar como un núcleo de patrones que facilita la comprensión y la colaboración en un entorno determinado, con el objetivo de provocar cambios de ese mismo entorno.
Así, por un lado tenemos una serie de valores compartidos que cumplen un rol legitimador, el de un contexto concreto y al mismo tiempo le pedimos a ese mismo entorno, que ha aceptado y se identifica con esa cultura, que active innovaciones para ser transformado. ¿Un oxímoron?
Sin duda es necesario partir de un requisito previo, reconocer el valor y el impacto de la cultura compartida. Es un mecanismo muy útil y la razón es muy sencilla, ha demostrado ser eficaz a lo largo del tiempo para resolver las necesidades de la comunidad. Cuando a ese umbral compartido se incorpora la innovación, formando parte de la experiencia histórica del grupo, y siendo aceptada como una herramienta válida para aportar soluciones antes los desafíos, empieza a resolverse el oxímoron.
Pero esto no sucede sólo con comprensión teórica del fenómeno, ya que no conduce por sí misma a las innovaciones. Y la innovación es sobre todo una práctica, muy útil de hecho. Es a través de su práctica, de la disposición activa, y del estímulo por provocar cambios, cuando se transforma la cultura. Es a través de la propia experiencia de la comunidad como se puede tender a reducir la incertidumbre que es inherente a todos los procesos de innovación. Una aplicación extensa y diversa, que se prodiga en numerosos campos de actuación y que genera series largas de experiencias de innovación, que han sido aceptadas como exitosas. De esta forma se allana el camino a las nuevas iniciativas, y se abre la vía para el surgimiento de nuevos y mejores productos, procesos y servicios.
Como se ha señalado en numerosas ocasiones la innovación es reconocida como una fuente de ventaja competitiva y, por tanto, garantía de calidad de vida. Si una sociedad necesita mantener o mejorar su bienestar necesitará innovar, lo primero que puede hacer es afanarse en crear una cultura de la innovación. Lo segundo es estimular a las empresas para fomentar que las nuevas ideas acaben llegando con éxito a toda la sociedad y que sus éxitos sean conocidos, dando pasos para alejarse de un modelo centrado en identificar y evitar riesgos a un clima que premia los logros y la innovación.
Una cultura innovadora necesita ser impulsada por quienes toman parte activa en los procesos de innovación. Sin duda un rol destacado le corresponde a la administración y junto a ella a todos aquellos agentes que trabajan en las fases de mayor incertidumbre, donde, a pesar de haberse identificado desafíos y tendencias, las inversiones no siempre detectan oportunidades. Mantener una apuesta decidida en escenarios de incertidumbre es loable, pero no siempre bien aceptado.
Por lo tanto, de cara a alcanzar un estadio de cultura de la innovación es necesario contar con el potencial y las capacidades empresariales, y también con el rol de las personas innovadoras, como sujetos activos que socializan su percepción de los desafíos económicos, tecnológicos o sociales y se afanan en proporcionar estrategias vivas y nuevas soluciones para cumplir con ellos.”