Javier Medina, director general de la consultora especializada en la explotación de los resultados de la innovación Qi Europe, resumió los principales aspectos que debe analizar una empresa al abordar un proyecto de I+D+i, en el webinar «Planificación estratégica de la I+D+i» impartido dentro de la iniciativa «Formación en innovación» de la Agencia Vasca de la Innovación, Innobasque.
Cualquier empresa, da igual a qué se dedique, debe tener una actividad definida y un entorno lo más estable posible que la posibilite. Al mismo tiempo necesitan innovar para mantener su competitividad, pero la innovación no supone precisamente una ayuda para quien busque estabilidad y certezas. La I+D+i es una actividad tan intensiva en el uso de recursos como incierta en la consecución de resultados.
Sin embargo, eso no quiere decir que no se deba planificar. De hecho, es justo lo contrario; significa que hay que ser eficaz en la gestión de factores fundamentales como el tiempo que vamos a necesitar para desarrollar una innovación, nuestra capacidad económica para sacarla adelante y su adecuación al mercado al que va dirigida y al momento en que se lanza. Hacer este autoexamen servirá a las empresas, por un lado, para determinar su capacidad real para afrontar con ciertas garantías el proceso innovador y, por otro, para identificar tanto sus necesidades (especialmente de financiación) como sus posibilidades de acceso a fondos públicos teniendo en cuenta tanto las características técnicas y tecnológicas de su proyecto como las económico-financieras y comerciales de la propia firma.
“Buscar financiación pública exige estar muy pendientes de requisitos, plazos, avales… Son aspectos ajenos al mero desarrollo de la innovación para la que se buscan los recursos pero que requieren de mucha dedicación. Por eso es fundamental tener una hoja de ruta que, además, deberemos seguir también una vez conseguidos esos fondos, que no son fáciles de gestionar. La planificación es necesaria en todas fases del proceso innovador”, advierte Javier Medina, director general de Qi Europe, consultora especializada en la explotación de los resultados de la I+D+i.
En su opinión, lo primero que hay que tener muy claro es el valor real de nuestra innovación, un factor que puede variar en función de elementos tan dispares y difíciles de medir como el valor de la tecnología empleada, el prestigio la propia empresa o el momento en que se lanza al mercado. Después habría que realizar un análisis de nuestras capacidades. Es decir, hay que ver dónde encaja el proyecto dentro, por ejemplo, de nuestra estructura organizativa o en la distribución de gastos e ingresos.
El siguiente paso exigiría hacer un repaso de nuestra propia trayectoria para identificar, por ejemplo, qué buenas prácticas empleadas en otras ocasiones pueden volver a ser útiles ahora o con qué socios estratégicos en otras iniciativas podemos recuperar el contacto. A continuación, hay que estudiar nuestra adecuación a las tendencias (tecnológicas, de criterios de fabricación, de mercado, etc) que vayan a ser valoradas a medio y largo plazo en los programas de financiación que consideremos interesantes. Finalmente, Medina recomienda realizar una asociación de las capacidades actuales de la entidad con las tendencias y programas de financiación que nos resulten de interés.
¿Por dónde debe empezar entonces una empresa que quiera sacar adelante un proyecto innovador para el que además pretenda conseguir financiación pública? Antes de establecer propiamente esa hoja de ruta, Medina aquí distingue entre quienes ya disponen de la I+D+i, que deberán empezar por la búsqueda del cliente, y quienes por contra deben iniciar el proceso por la transferencia de esta I+D+i, aunque en ambos casos hay que hacer un análisis de la situación interna. “Hay que conocer, por ejemplo, si la innovación resultante de ese proyecto está alineada con la estrategia comercial de la empresa, si requiere que haga modificaciones en la distribución del trabajo y responsabilidades o si los trabajadores van a requerir de formación adicional”, subraya.
Ese análisis de la situación interna debe estar acompañado de otro, de nuestro microentorno y macroentorno. “No sólo hay que saber en qué punto estamos nosotros -advierte el experto-. También hay que tener en cuenta cómo están los proveedores, los clientes, los competidores o las redes de distribución que conforman el microentorno, así como los factores del macroentorno que pueden determinar la evolución de nuestro negocio: la tecnología que vayamos a necesitar, el marco legal en el que nos vayamos a mover, los requisitos medioambientales que tengamos que cumplir o incluso el momento geopolítico o sociodemográfico en el que estemos”, explica. Estos ‘estudios de mercado’ se pueden realizar a través de métodos como el análisis de fortalezas, debilidades, oportunidades y amenazas (DAFO) o, en el caso de los factores macro, del llamado análisis Pestel.
Así, con los resultados obtenidos en estas autoevaluciones, llegamos al momento en que sí toca elaborar esa ruta de trabajo y establecer en ella el que será nuestro plan de trabajo, que debe finalizar con la validación de la innovación.