Arkaitz Carracedo tiene 34 años y hace unos meses recibió 1,5 millones de euros del Consejo Europeo de Investigación para investigar la relación que existe entre el cáncer y la nutrición. Este joven investigador del CIC bioGUNE reflexiona sobre las nuevas formas de innovación en una contribución publicada en el último informe de Innobasque.
La innovación es el futuro, y debe desempeñar una función cardinal en el cambio de modelo económico que nuestra sociedad necesita. Una de las preguntas fundamentales en este aspecto es: ¿Cómo se llega a conseguir un motor económico basado en la innovación? Y la respuesta se repite a gritos entre la comunidad científica: cultivando. Cultivando semillas que darán proyectos innovadores, un proceso que depende de modo ineludible de la investigación fundamental.
La investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) nació como una hermandad, una cadena de eventos a partir de los que una idea, un hallazgo o una observación se va traduciendo y moldeando hasta llegar a adquirir unas propiedades que se hacían accesibles a la sociedad. Es este modelo el que permite que, a través del conocimiento de, por ejemplo, las propiedades físicas y químicas de materiales, o de los fundamentos biológicos de los organismos, generemos la masa crítica que permite sustentar y promover el proceso de innovación.
La innovación es ineludiblemente traducción y consecuencia de un tejido investigador nutrido y saludable. Si la investigación se desatiende, el potencial de innovación de una sociedad se va agotando como se agota la producción de un cultivo que no se riega y fertiliza. Por todo esto, no debemos olvidar que la investigación básica es el fertilizante que asegurará mantener un cultivo fructífero, con una traducción y aplicación del conocimiento a nuestra sociedad que permita esa reconversión del modelo productivo que debemos alcanzar.
El informe de Innobasque completo se puede consultar aquí.