Crear nuevos productos, hacer mejores los que ya tenemos, optimizar nuestra capacidad productiva, aumentar las ventas en el mercado internacional, ser más atractivos, reducir costes… así de sencillo, así de complicado. Eso es lo que buscan todas nuestras empresas.
Hace algunos años decidimos llamar innovación a esa actividad, por otra parte seña de identidad de muchas empresas vascas. Pero es precisamente eso lo que en cualquiera de nuestros talleres se llevaba haciendo durante años, antes de que apareciera la devoción por la innovación.
Es cierto que la situación global en que vivimos requiere nuevas formas de estar en el mercado, una adaptación tecnológica mucho más rápida y una puesta a punto de nuestros productos y procesos productivos mucho más exigente. Pero para lograr esos objetivos, llámese innovación o como se quiera, el nombre es lo de menos, hay un ingrediente necesario y básico: el conocimiento. El resto o se deriva de él o es envoltorio.
Me piden que reflexione sobre la investigación para la innovación. Mantengo una postura crítica con el uso abusivo de este concepto y la utilización de importantes recursos dedicados a “la innovación por la innovación”. A veces tengo la sensación de que hemos creado una solución y ahora necesitamos encontrar el problema.
A mi entender, sólo hay un camino: crear y transmitir conocimiento. Es el conocimiento el que posibilita el avance en cualquier ámbito. Formar personas es garantía de futuro. Sin conocimiento no hay posibilidad de formación. Sin conocimiento no hay forma alguna de desarrollar tecnología. Sin conocimiento no hay forma de innovar en productos o procesos productivos. El conocimiento es el punto de partida del bienestar social. En definitiva, no hay innovación sin conocimiento.
Hagamos, pues, algo tan sencillo como apostar por la investigación que genera conocimiento, pero apostando al mismo tiempo por la especialización y la agregación, porque no podemos ser excelentes en todo. No nos preocupemos tanto de calificar el tipo de investigación que debemos hacer: básica, aplicada, orientada a las necesidades de la empresa, investigación para la innovación… Simplemente hagamos buena investigación. Para ello necesitamos al menos dos cosas: buen personal investigador, -no todo el que dice que investiga realmente lo hace-, y una apuesta sostenida en el tiempo a favor de la investigación y de las personas que la hacen posible. Conclusión: hagamos de la buena investigación una profesión digna, deseada y respetada.